miércoles, febrero 08, 2006

El Sueño Americano

Por: Martin Figueroa (Desde Argentina)

En 2004 y parte de 2005 tuve la oportunidad de trabajar fuera de mi país, Argentina, en lo que constituyó la experiencia más valiosa de las que me tocó vivir.
Por negocios de la compañía en donde trabajaba en aquel momento en Buenos Aires, una empresa de tecnología aplicada a la seguridad electrónica, me fue presentado el proyecto y luego de pensarlo mucho, acepté el desafío: administrar una filial de la empresa en República Dominicana.
El reto no es menor, ya que transplantarse en un medio nuevo y comenzar desde cero es cuesta arriba, más aun cuando es un país distinto.
Antes había tenido una experiencia parecida, con trabajos en Asunción del Paraguay y Sao Paulo en Brasil.
Sin embargo, esta sería una empresa de mayor envergadura y trataría de estar a la altura.
Un 25 de octubre dejé mi “mi Buenos Aires querido…” para tomar el vuelo que me llevaría, previa escala en Panamá, a la República Dominicana.
El viaje toma algo más de 13 hs, que se hacen agotadoras, sin dudas. La carga no era poca tampoco, todas las cosas necesarias para instalarme tan lejos de casa.
La experiencia fue enriquecedora y solo coseché frutos positivos de esta.
Con ella, y mis anteriores, completé una percepción de nuestras sociedades, tan distintas y tan iguales.
Mi reflexión sobre el sueño americano, y la oportunidad que tenemos, de hacerlo realidad, surgió en uno de los viajes entre Dominicana y Argentina. Más precisamente en el estratégico aeropuerto de Tulún, en Panamá.
Debí hacer una escala y atravesar todo el aeropuerto, para encontrar la puerta de embarque de mi nuevo vuelo.
Los pasillos estaban atestados de pasajeros con múltiples orígenes y múltiples destinos.
Todos corríamos cada uno con algo en su cabeza, tratando de no perder el vuelo que nos llevaría o nos traería de vuelta. Costarricenses, mexicanos, bolivianos, paraguayos, nicaragüenses, dominicanos, haitianos, chilenos, hondureños, argentinos… y de otros países, pero me detuve en el nuestro, en el latinoamericano…
Luego de identificar la puerta de embarque y comprobar que tenía tiempo de sobra, me senté en un bar y me detuve en la escena que veía.
Las diferencias entre nuestros pueblos latinoamericanos, amalgamados por instantes en este “hub de las Américas” son enormes…. Y también sus coincidencias..
Pero, qué realidades compartimos además del idioma y de la Tierra?
Y reflexioné que….
Compartimos una historia común: desde aquel octubre de 1492 en La Hispaniola, donde todo comenzó, para nuestra América Latina; somos el resultado de nuestros antepasados comunes y de la conquista, que merecerá un párrafo aparte, en algún otro momento.
Compartimos una tierra generosa, infinita, rica, llena de frutos y recursos.
Mares inmaculados, calmos y bravos, cálidos y helados, ricos todos, en exceso…
Climas benignos, donde la vida se desarrolla exuberante, sin altibajos….
Un pueblo alegre y extrovertido, que disfruta con alegría el compartir… el festejar…
Sociedades edificadas sobre familias con características y comportamientos similares, sólidas células constitutivas.
La misma Fe , no siempre tan comprometida ni tan presente, pero somos conscientes de la existencia de Nuestro Creador y de Su presencia.
Una actitud solidaria, en la desgracia pasajera…
Un sinfín de virtudes de nuestra gente, que la hacen maravillosa y encantadora.
Lamentablemente, también compartimos realidades no tan felices y que constituyen la gran deuda social.
Una estructura educativa no siempre actual y un pueblo que dista de ser educado, que inmoviliza en estratos a los grupos humanos, condenando a la miseria y a la delincuencia a generaciones completas de castas sociales.
Un sistema de salud precario e insuficiente que dispara las estadísticas a niveles increíbles, que hacen olvidar que estas hacen referencia a personas y no a solo números.
La estructura de seguridad social que no puede paliar la angustiante situación de las clases no trabajadoras, sean estas jubilados, pensionados o desocupados.
Democracias frágiles, con ausencia de independencia de poderes en muchos casos, con graves sesgos.
Economías más frágiles aun, a merced de vaivenes del mercado o del tecnócrata de turno, desindustrializadas y condenadas a ser suplidoras de materias primas y productos de poco valor agregado.
Compartimos la emigración de nuestros hijos, que buscan en otros destinos, la prosperidad que nuestra tierra les niega, generando una sangría de voluntades y de sacrificio en su clímax.
Una clase política muchas veces poco preparada y menos altruista, con lagunas culturales enormes, que se comportan como saqueadores de la res pública que le fue encomendada cuidar.
Si, lamentablemente, también podemos decir que tenemos poco respeto por la vida, por el semejante, por los niños, por los viejos, por los animales y las plantas y por las generaciones futuras.
Como sociedad latinoamericana, nuestro gran desafío, es decidir cuál es nuestro destino ya que evidentemente, no lo tenemos claro. La evidencia es clara.
Si este destino es superador, su camino será largo, y estará plagado de esfuerzo y sacrificio, pero el fruto es gratificador y podremos dejar a nuestros hijos, una sociedad mejor que la que encontramos.
Si no, deberemos acostumbrarnos al sabor del fracaso, y a conformarnos con nuestro pequeño lugar en el mundo.
Para la clase política, el desafío será conducir estas sociedades púberes buscando un liderazgo responsable que mire más allá de los próximos cuatro años de gobierno, lo que no es poco.
Y ese es el mandato, para el cual han sido elegidos.
Recemos para que estén a la altura, para hacer realidad nuestro sueño americano.